Hace dos largos años que no la veo. Un hermoso rostro imposible de olvidar, de aquellos que el solo observarla dos segundos produce un profundo sentimiento de paz que dura un día o dos, para los que tienen buena memoria. Sin embargo, en mi caso, tal paz contraída por el encanto de su mirada se ha prolongado precisamente éstos dos largos años que no la he visto más.
Le pregunté a todos los que la conocieron, luego, a todos los que yo conocí. Nadie supo darme una respuesta concreta a la causa de su desaparición. Yo mismo pasé por alto su ausencia durante demasiado tiempo. Tal grave error impidió buscarla como es debido.
Al principio, ella simplemente apareció en mi casa, pero no me pregunté la razón del privilegio. Poco después, diariamente estuvo ahí, haciéndole compañía a un viejo con cara de niño como yo. Posteriormente, di por hecho su cautivadora existencia. Al final, se desvaneció sin que lo note, tal como llegó.
Hace un minuto me pareció verla en el jardín trasero. No le di mucha importancia, pero fui a ver y no se hallaba ahí.
Mi hija volvía del trabajo y al verme fuera de casa me preguntó qué hacia afuera. Sigue leyendo ««El tiempo que pasé con ella es un tesoro que ni su ausencia puede quitarme…»»