Existen cuentos sobre autos capaces de volar. He visto muchos correr sumamente rápido, como si volaran, así que siempre pienso en tales cuentos cuando mi camión se descompone en medio del camino. Salgo, cierro la puerta, ahogo la maldición que estaba a punto de gritar, cierro los ojos, y pienso en aquellos vehículos capaces de correr tan rápido como el viento.
Hasta ahora, he sido feliz con el camión que llevo. Cumplía con mis expectativas, pero recientemente parece que falla demasiado. Por ello, mis fantasías de velocidad. No hay mejor motivo para idear ilusiones que sentirse atascado en medio del camino.
Estaría feliz si tuviera una motocicleta, por ejemplo. Son rápidas y sencillas, sin duda. Debido a que no llevan mucho equipaje, quizá no tuviera que soportar la infinidad de veces que se me ha descompuesto el motor, aunque también es un problema no poder llevar más que unas cuantas cosas. Digo esto, aunque quizás también no sea más que una excusa: El motor de mi automóvil es también mi responsabilidad. Si se encuentra en éste estado, quizás es culpa mía.
Compruebo las conexiones del motor y no encuentro la falla. ¿Cómo no puedo comprender mi propio camión? ¿Qué hice la última vez que me vi en un aprieto como este?
Ya recuerdo. Voy a la parte de atrás, y abro la puerta que guarda mi equipaje. Guarda toda una vida de progresos y fracasos. Escojo uno. El que menos valor tenga, aunque me sigue doliendo el tener que abandonarlo. Lo saco a la carretera y lo dejo a un lado del camino. Es bastante pesado, así que la operación me cuesta unos quince minutos.
Giro la llave. El camión se sacude tres o cuatro veces y arranca. A paso de tortuga, mi camión cumple su papel, al menos por ahora. A veces me pregunto, ¿Debería abandonarlo todo, y conseguirme un vehículo que me lleve más rápido a mi destino?